lunes, 30 de marzo de 2009

TU RISA






TU RISA

Agoté el diccionario y no sé inventar palabras
pero, a pesar de todo, procuraré decirlo:
tu risa es como una semana con siete domingos
o con seis.
Lo mismo da, que da lo mismo.

Se mete en mi sangre, se gana mi cerebro.
Toda esta alegría se instala en mis sentidos
y parezco totalmente un perro con tres colas
o con dos.
Lo mismo da, que da lo mismo.

Es cuando me inunda una especie de locura,
una lluvia infinita que va llenando abismos
como si fuera un oratorio de Bach o un cuarteto
de Schubert.
Lo mismo da, que da lo mismo.

Podría entonces subir a pata coja las montañas,
escalar azoteas, idear nubes y pájaros y nidos,
hacerme numismático, pintar calles de verde,
o de azul claro.
Lo mismo da, que da lo mismo.

Tengo la risa fácil, reconozco, pero es imposible
no dejarse contagiar por tu alegría y siempre río
par olvidarme de casi todos los problemas
o no pensar en ellos.
Lo mismo da, que da lo mismo.

Por suerte, reir, ríes muy poco, ahora que pienso,
porque sino, nos faltarían horas para reirnos
y habría que inventar un año con cien meses,
o con noventa y nueve.
Lo mismo da que da lo mismo.

Quintín Cabrera
(Uruguay Abril 1944- Madrid Marzo 2009)

domingo, 15 de marzo de 2009

CEREZO




" Yendo a mirarlas
las flores de cerezo en la noche
se han convertido en fruto"


Yosa Buson (1716-1783)
Haiku

miércoles, 11 de marzo de 2009

EL HOMBRE QUE APRENDIO A LADRAR




Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar.
¿Qué lo había impulsado a este adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: "La verdad es que ladro por no llorar"
Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano por sus hermanos perros.
Amor es comunicación.
¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y, algo más extraordinario aún, él comprendió el ladrido de Leo. A partir de este día, Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta, y dialogaban sobre temas generales.
A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Por fin, una tarde se animó a preguntarle en varios sobrios ladridos: "Díme Leo, con toda franqueza: ¿qué opinas de mi forma de ladrar?" La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: " Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano."

Mario Benedetti
"Despistes y franquezas"